Sed de tu saliva.
Eso tengo.
Suerte de hidratación
que me da más soporte vital
que el agua fresca de un río, entre las montañas,
perdido en el interior de la comarca
un día de poniente de verano;
más que un caldo bebido a tragos,
pequeños y seguidos, sin apenas despegar la nariz del cuenco,
en las húmedas noches de invierno,
interminables, desoladoras.
Ansío tus besos
de todos los tamaños y colores,
dulces y salados,
lentos y calmados,
rápidos y mordientes,
hasta desear morir en todos ellos,
resbalar entre tus labios finos y sedosos
y descansar en paz,
sin saber muy bien dónde
acaba tu boca y empieza la mía,
después de haber desdibujado
ese caprichoso límite
a sorbos.