I
Las farolas se han prendido,
sin que callen las chicharras.
Les acompaño a la guitarra,
entre lamento y quejido.
Por no soñar lo dormido
levanto al aire mi jarra.
Y a la sombra de mi parra
curo el corazón herido.
Qué difícil convertir
lo cercano en lejano,
y el llorar en reír.
Soltar las piedras de mis manos
y volver a sonreír
a las estrellas del verano.
II
Envueltas como una alhaja
en saquito de papel,
doce uvas moscatel
guardaba bajo la faja.
Ni al vino de la tinaja,
ni al pan con queso y miel,
les era ella tan fiel,
como a su burro el que viaja.
Sentada a la sombrita
comenzaba el besuqueo
que le daba a la uvita.
De otro modo está feo:
si se pide, no se quita,
a cada uva, un deseo.
III
Por el tejado iba un gato
de andares muy elegantes,
bigotes tiesos, brillantes,
y hocico fiero y chato.
Pequeño como un zapato,
saltó a la calle triunfante,
y a los pies de un elefante,
sentóse a oír el relato:
—Cuánto admiro tu finura
y tu silente belleza;
quisiera estar a tu altura.
—Ama tu naturaleza,
la verdadera estatura
se mide por la nobleza.
© Vicente Ruiz, 2020