Observar. Todo. Especialmente lo que se mueve.
El lenguaje corporal.
Mirarse al fondo de los ojos.
La diferencia entre fruncir el ceño y sonreír.
El tono de la voz.
Respirar hondo de vez en cuando.
Beber agua. Todo el tiempo.
Salir a pasear. Por el monte, por la playa y por la ciudad.
Olfatear. En la cocina y en los jardines.
Abrirse a entender lo que necesita el otro sin preguntárselo. Si es espacio, espacio. Si son mimos, pues mimos.
Escuchar. Todos los sonidos.
Tumbarse a dormir. O a descansar.
Bajar la ventanilla del coche en lugar de encender el aire acondicionado.
Agradecer a quien te da de comer.
Agradecer a quien te da cariño.
Agradecer a quien te atiende.
Atender a quien te acompaña.
Acompañar en el silencio.
Los vínculos.
Que el esfuerzo por entenderse merece la pena.
Que la respuesta al premio es el cariño y el respeto, y que el castigo sólo genera miedo y desconfianza.
La voluntad por ser mejor como persona. Por ser menos persona y más perro.
Que la vida es ahora, en este momento.
Que los perros callejeros, abandonados, maltratados o mutilados son igual de buenos, nobles y cariñosos que los de raza con pedigrí.
Que todo se puede superar.
Que nada es tan grave si al final del día tienes tu cena y tu cama.
La lealtad y el amor puros.
© Vicente Ruiz, 2019